Tratar de escribir sobre Jung es tarea harto difícil, dado que uno se pregunta sino se ha dicho todo sobre su vida y su obra, sobre sus enigmas y sus investigaciones… pero, tal vez, al intentarlo, nos damos cuenta una vez más que su figura se agranda y se transmuta, se esconde y se evidencia, en una manifestación que parece querer transmitirnos un mensaje críptico que, como el mismo decía, “sólo lo comprenden los poetas”. Y estamos casi seguros que no se refería al concepto de poeta en el que todos pensamos.
No obstante, y a pesar de todo lo dicho, merece la pena no tan solo repasar su vida sino su transmisión, un legado que podría decirse era infinitamente más grande que el pensamiento no sólo de un ser humano, sino de la humanidad misma. Como si él tuviera como destino conectar con el propio “sí mismo” del universo que se reflejaría como una emanación solar en el “sí mismo” de todos los hombres.
Hay algo sobre lo que no se hablado mucho a la hora de hacer una narrativa de este psiquiatra –diríamos más bien filósofo- suizo. Y es algo que impulsa todo su trabajo, que subyace en el fondo de sus motivaciones, y es su preocupación por el dolor y el sufrimiento de las personas, no tan sólo en los procesos patológicos sino en la esencia misma de la vida. El dolor de vivir, el sentido de la vida, la motivación, la finalidad del ser. Comprender la naturaleza de este sufrimiento despierta en él una pasión -divina patio- que es el impulso primordial de todo su trabajo y de su mismo existir.
Hay algo en él que impresiona profundamente: su espíritu de fidelidad a sí mismo y maravillosamente expresada en una confesión casi íntima a sus personas de confianza: “Si es cierto que reencarnamos no desearía vivir otra vida que no fuera como ésta”.
¿Y cómo podemos relacionar a Jung con lo simbólico? ¿con ese paradigma de lo simbólico que representa la narración de toda la existencia de la humanidad en general y de la suma de circunstancias que configuran la vida de un ser humano en particular?.
Si podemos explicarlo, nos será relativamente fácil comprender el por qué del nacimiento de nuestra asociación y de sus objetivos.
La palabra símbolo refiere al hecho de llevar algo, de guardar algo, y presenta dos elementos fundamentales: lo externo, lo visible, que es el contenedor, el que contiene. Y lo interno, lo guardado, lo invisible, el elemento profundo y que es lo más importante. El símbolo, lo simbólico nos rodea existencialmente. Nada de lo que atañe al ser humano, la naturaleza y el universo “No es símbolo”. Desde los números, las notas musicales, los colores, los rostros, las estrellas y los planetas que danzan en el cosmos.
Ya los filósofos de la antigüedad clásica explicaban que todo en la naturaleza es simbólico, desde el hombre, cuya apariencia externa es el contenedor con el que el alma se representa, se manifiesta en el mundo de las formas, hasta la piedra, o el árbol cuya forma visible es la necesaria y adecuada para la manifestación del espíritu del árbol y de la piedra. Y lo mismo podríamos decir de las palabras y su relación con los pensamientos o las notas del pentagrama y su relación con los sonidos musicales.
Pero basándonos en estas descripciones, también nos damos cuenta que el símbolo encierra una posibilidad que justifica su objetivo. Es su capacidad de ser activado, es decir abrir la puerta para que se manifieste aquello que contiene. Y eso es lo que consciente o inconscientemente hace la humanidad. Pero existe un factor muy importante en él y del que el principal responsable es el hombre. Independientemente de la verdadera esencia del símbolo, está la finalidad e interpretación que aquél le da. Así esa fuerza y poder del símbolo puede ser empleada en su aspecto luminoso –llamémosle bien- o en su aspecto oscuro –llamémosle mal.
¿Dónde estaba la clave para activar ese poder del símbolo? Pues en el propio símbolo y su significado. Pero no vamos a hablar ahora de esa posibilidad, sino de otro aspecto del símbolo determinante por su importancia, y son las limitaciones y condicionantes que a la manifestación del símbolo le ponen las circunstancias históricas y geográficas, es decir el espacio y el tiempo.
Para Jung el símbolo, en su dinámica, expresa una realidad desconocida, que al encontrar su expresión en símbolo no resulta por ello más conocida. Para él lo que contiene el símbolo procede de la propia memoria de la especie, y, más trascendente aún, de la vida en sí misma. “El símbolo siempre oculta una realidad compleja, tan fuera de toda expresión verbal que no es posible expresarla en acto” (C.G. Jung). Esta idea nos lleva a considerar que hay una acción a realizar sobre el símbolo: descifrar su significado. Para él es un indicador de una realidad que se oculta y su carácter enigmático y mistérico reside en su riqueza de sentido –contenido- que determina su ausencia de claridad –su carácter críptico- (C:G: Jung). El símbolo, desde el punto de vista junguiano totaliza, reunifica toda la experiencia psíquica, lo consciente y lo inconsciente, lo futuro y lo pasado, lo mental y lo emocional, en una realidad presente, actualizada y total.
El símbolo para Jung transciende lo racional para llevarnos a los arquetipos, dándonos la totalidad. Siendo así el símbolo el medio que nos es otorgado para captar lo arquetípico.. ¿Le otorgaría así el símbolo la posibilidad al hombre de caminar de lo humano a lo divino como en una especie de puente sobre el abismo insondable del Gran Misterio?.
Deberíamos hacer un breve recorrido conceptual sobre los principios que Jung postuló, pero necesitaríamos, como dice el proverbio indio, “hacer el camino con los mocasines del prójimo, durante tres días…”. Así, con humildad y libertad intentaremos caminar con los zapatos de Jung, o, al menos seguir sus pisadas. Es decir no temer los oscuros misterios del espíritu, comprender y respetar lo místico y lo mágico como otro aspecto de la realidad pero sin que por ello neguemos la experiencia empírica.
Jung fue, no solo un terapeuta de la psique, sino “un sanador de almas y un sanador de la cultura” [1] , su sabiduría el resultado de recorrer el camino hacia la tierra de las sombras, al reino subterráneo, donde habita el conocimiento secreto del alma, y a ello nos invita, aunque sea necesario trascender el mundo de lo razonable, ya que como él mismo decía “…nuestra representación del mundo sólo concuerda con la realidad cuando lo irrazonable, lo improbable tiene cabida en ella”.
“Lo improbable es la verdadera vocación, el auténtico destino del ser humano. Podemos afirmar que esta es la vocación que nos hace humanos y cuando la despreciamos o ignoramos somos menos humanos. Los árboles, las flores, los pájaros y los animales que siguen su destino son superiores al hombre que traiciona el suyo” [2].
Vivió experiencias brillantes que podríamos clasificar, de una manera simplista, en pertenecientes al mundo angelical, y otras oscuras y profundas, patrimonio del mundo de los “daimons”, tanto en forma como en contenido. Diríase que en la obra de Jung los dioses caminaron de nuevo con los seres humanos.